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27 Expresate a tu manera. Dejá que los demás se encarguen de malentenderte   por   marisita
 
 
tanguero 2/29/2012 | 10:51:27 a.m.  
 
Rugido de Dragón
A veces el azar no te modela, te revela.
Tags:
  relato   literatura            
 
Si querés saber cómo rugían los dragones, no tenés más que pasar una noche casual, en una pequeña ciudad, como por ejemplo en Victoria, camino a Córdoba, donde el silencio es más gratis que el aire, en el medio de una tormenta, que acaba de amainar a las 10 de la noche y que te obliga a buscar refugio en el hotel de la plaza, acompañado de un colega del trabajo.
Si el azar te metió en una situación de esas, verás que la tormenta no te trajo sólo, sino que hay un sinnúmero de otros como vos, que también tuvieron que entrar a la pequeña ciudad, donde el silencio, repito, es como un ambiente más, pero llegaron antes que vos al hotelito de la plaza, y entonces no queda más que una habitación y se plantea la situación de tener que compartirla.
Si sos casado como yo, algo en tu cuerpo rechaza instantáneamente la idea, no porque haya algún problema “sexual”, sino porque no lo hay.
Con los años, dormir con tu mujer te llena de mañas y sobre todo, de lo que más te llena, es de actividades que hace tu mujer, para vos, que ni registraste.
En un recuento de malos hábitos, te ponés a pensar en qué papelón pasarás con tu compañero de laburo, que encima es el más buchón de la oficina; no sé, te imaginás que va a andar contando que tuvo que dormir conmigo y que tengo por costumbre algo espantoso, algo terrible,  como dejar el dentífrico tapado, o la tapa del inodoro arriba, confirmando con ello que ya estás domesticado.
Haces el recuento de tus hábitos, como si fueras un maniático, y el momento desde que te registrás, dejando tu firma algo alterada por la preocupación, hasta que subís hasta la habitación, te la pasas rogando que no haya ningún error y que la habitación tenga camas separadas como te dijeron y no haya alguna confusión;  con tanta gente, al mismo tiempo, quién sabe.
Mientras, como el botones está tan ocupado, arrastrás la valija, en la que no sólo llevas tu ropa, sino cosas de regalo para la gente a cuyo destinos te dirigís, hacés un recuento de qué cosas no deberías mostrar, si llevás justo un calzoncillo extraño, pues la valija la arma tu mujer y no sabés bien si su criterio es tan presentable como esa noche con ese conocido enemigo que pasó a ser tu compañero de habitación de una noche, en una pequeña ciudad, en el medio de un silencio pos tormenta, que ni se oyen los grillos; sobre todo cuando tu mujer a veces, te deja regalitos, con formatos escatológicos, en la valija, para que la tengas presente.
Y para cuando ya has pasado ese angustioso momento al descubrir que en tu valija no hay nada que te avergüence, cuando cuidadosamente dejás destapado el dentífrico, la tapa del inodoro arriba, te relajas y entonces buscás en tu compañero, las mismas señales, no sólo en su valija, sino en todo lo demás, y notás el que tipo tiene sangre de timbero, porque no muestra ni una señal de preocupación, en ese momento, sos testigo de cómo el tipo se duerme como si no existieras, y no pasan ni cinco minutos que te relajaste, que aparece el rugido de un Dragón.
El tipo no ronca, el tipo ruge, hecha fuego con aliento a podredumbre y un ruido que quiebra el silencio como hielo seco, el tipo tiene los pulmones de Pavarotti, y el tamaño de la boca como la fosa del subte, y así su olor.
Y es en esa precisa noche que vos te convertís en el buchón de la oficina, porque te la pasás contando el fenómeno del rugido del dragón, sin que el tipo se inmute siquiera.
Cuando volví a casa, abracé a mi mujer y le hice el reproche que nos vamos poniendo viejos, ya no me arma la valija para los viajes con algún truquito gracioso para que la tenga presente.
Nos vamos poniendo viejos y buchones.
 
 

Tanguero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
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